viernes, 10 de mayo de 2013

A CUIDAR EL REBAÑO


A CUIDAR EL REBAÑO
Se denomina teoría conspirativa al intento de explicar la causa última de algo (un suceso de carácter político, fenómeno social o hecho histórico) como el resultado de una trama secreta realizada por una alianza encubierta de personas poderosas. Sin embargo, este término se usa de manera habitual para señalar la existencia de una amplia selección de argumentos (no necesariamente relacionados) sobre grandes conspiraciones que, en caso de ser ciertas, tendrían un enorme impacto social y político.
A pesar de que cada año aparecen nuevas teorías confabulatorias, no todas resisten un análisis serio. Debido a su falta de pruebas, la manipulación de los hechos ya existentes o la carencia de fuentes acreditadas que expliquen la teoría, es posible rebatir los argumentos conspiracionales. Estas hipótesis se oponen al principio de parsimonia (o navaja de Ockham) que viene a decir que de dos posibles explicaciones la más sencilla es la verdadera. La ausencia de pruebas en estas teorías y la imposibilidad de demostrar su inexistencia (lo que sería un absurdo lógico) no impide, sino que refuerza la creencia de quien está dispuesto a buscar en ellas la verdad.
Otra característica de algunas de ellas es que ignoran los saltos dados en el conocimiento humano tras algunos acontecimientos. Por ejemplo, la teoría conspirativa de que Estados Unidos nunca llegó a la Luna no aclara de dónde salieron los descubrimientos sobre su composición, como tampoco la manera en que se calcula hoy la velocidad a la que se aleja de la Tierra. Por su parte, Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios, indica dos lagunas que nunca suelen cubrir estas teorías:
La comunidad científica nunca guarda en secreto sus descubrimientos (una vez confirmados), sino que los hace públicos inmediatamente para poder atribuirse su autoría (en el protocolo de actuación del programa SETI está establecido que los primeros a los que debe comunicarse una prueba fiable son a los demás científicos de la comunidad). Sólo cuando se han dictado normas de antemano se puede conseguir no difundirlos (caso del Proyecto Manhattan). Muchas de esas ‘conspiraciones’ tratan sobre descubrimientos e inventos hallados por sorpresa o sin supervisión gubernamental, los cuales, según las mismas fuentes, son los primeros conocedores de dichos hallazgos. En ese momento, continúan explicando dichas suposiciones, los gobernantes dan la orden de guardar silencio, o en otras ocasiones son presuntamente los propios protagonistas los que callan por iniciativa propia.
Tras los asombrosos descubrimientos apuntados por las hipótesis conspirativas no se aprecia un progreso científico ni técnico parejo a la relevancia de los supuestos conocimientos adquiridos que después, según estas conjeturas, se guardaron en secreto. No existen saltos de importancia en metalurgia, microelectrónica, energía, propulsión… Sin embargo, a pesar de que haya modo de rebatir una conspiración, la gente está más que dispuesta a creer que ‘la verdad está allá afuera’ y de que hay más bajo la superficie que aquello reportado por las instituciones oficiales. Quizá se deba a que en las sociedades modernas cada vez estemos más desapegados de los acontecimientos y deseemos con todas nuestras fuerzas conocer todos los pormenores de lo que ocurre en el mundo, del hecho más simple a la catástrofe más nefasta.
Algunos ejemplos sobre posibles conspiraciones son: el complot Judeo-Masónico-Comunista-Internacional; las declaraciones de la presencia de hileras de naves extraterrestres en la Luna vistas por el Apolo XI; la existencia de bases secretas (en donde no se sabe qué se hace) en distintas partes del mundo, tipo Área 51; los asesinatos de John F. Kennedy, Jimmy Hoffa y Luis Donaldo Colosio; el intento de homicidio de Juan Pablo II; y las acusaciones de falsificación en los alunizajes de la misión Apollo XI.

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